Memorias de un Zombie

Hoy me he ido a cazar gamusinos con mi hermana (10 años) y mi primo (8 años).
Como no hemos podido ir de noche, principalmente porque a la noche ya nos habríamos ido del monte y secundariamente porque mi hermana tiene (otra vez) un esquince, he tenido que inventar algunas cosillas para poder suplir las alucinaciones causadas por la ausencia de luz.
Así pues, les dije que los gamusinos son animales pequeños, peludos y grises, similares a gatos, que se confunden muchas veces con las piedras. Una vez encierras a un gamusino en un saco éste deja de moverse, a no ser que note que el saco esté abierto. Si nota que está abierto, se lanzará a muerte al exterior, y podría llegar a hacer bastante daño. Además, como es un animal nocturno, durante el día duermen bajo las piedras, a la sombra, principalmente en terrenos con vegetación.
Mi hermana, evidentemente, sólo acompañaba, ya le era bastante difícil caminar con muletas por el monte. Y mi primo llevaba el saco (una burda bolsa de abono para jardinería). Yo me encargaba de localizar gamusinos dormidos mientras ellos ululaban (todo el mundo sabe que es el ruido característico de los gamusinos).
Mientras que ellos se quedaban en el sendero, yo iba caminado entre los rastrojos buscando piedras bien gordas. Y cuando digo bien gordas, digo bien gordas. Una vez localizaba un buen piedro, les pedía que ululasen más fuerte, para que el gamusino se despertase, y cogía el saco que llevaba mi primo, ya que sería muy peligroso que él tratase de atrapar al gamusino o que estuviese cerca durante su captura, no fuese que se escapara y el bicho atacase rabioso.
Total, que al final mi primo acabó cargando una bolsa de jardinería con tres pedrolos bien grandes, mientras afirmaba algunas veces que los gamusinos se movían en su interior, inquietos, y mi hermana decía poder oírlos, tanto a los de la bolsa, como a otros gamusinos todavía salvajes. Durante una hora fueron los chiquillos más felices del mundo.
Hasta que abrí la bolsa para soltar a los gamusinos.
Desgraciadamente, sólo pude ver la reacción de mi hermana, que estaba frente a mí (mi primo estaba justo a mi lado).
Pasó rápidamente de creerse que iba en broma al querer soltarlo al miedo por si uno de esos bichos se saltaba a la cara y a mutilaba horriblemente. En el momento en que las tres piedras quedaron al descubierto, su cara se puso roja como un tomate, para, segundos después, quedarse totalmente blanca y con la mandíbula desencajada. Su expresión de incredulidad debería de haber sido inmortalizada con un vídeo con banda sonora incorporada.
Después de maldecirme dos o tres veces, de mirarme como si estuviese loco y de no terminar de creerse la burda broma en la que había caído, la chiquilla ha sabido reírse de sí misma, y ha promtetido que le haría la misma broma, con mi ayuda, a nuestra prima de un año cuando fuese más mayor.
Mi primo no me habla.