Memorias de un Zombie

Soy un fugitivo.
Al igual que el Equipo-A, estoy siendo perseguido por un crimen que no he cometido.
Pero dejadme que os lo cuente desde el principio.
Corría el día 20 de Mayo, martes, de 2008. Esa mañana era particularmente fría. Había acudido a la universidad puntualmente para asistir a clase de Análisis de la Forma, precisamente ese día nos tocaba, por azares del destino o maquinaciones del profesorado, clase doble, es decir, tres horas seguidas de la misma mierda.
No obstante, la profesorá se hartó al cabo de un par de horas y comenzó a ignorarnos, únicamente atendiendo las preguntas que le planteaban las personas situadas a menos de medio metro de ella.
Llegados un indeterminado punto, señaló las dos estanterías de la clase, feas, viejas y grises, como si fuese atrezzo de Prison Break, y nos explicó que, con el cambio de edificio para la Facultad de Bellas Artes que se iba a producir al acabar el curso, el contenido de ambas estanterías iba a ser irremediablemente lanzado a la basura. En pocas palabras: podíamos coger lo que se nos antojase.
Saqueo. Lo que mejor se me da, y no es nada bueno.
Sinceramente, soy jodidamente bueno rapiñando, es como un instinto añadido en mi naturaleza. Y no es que consiga sustraer a mis compañeros cualquier cosa sin que se den cuenta, no, es mucho más sutil. Lo que consigo es que ellos mismos, por propia voluntad, me lo ofrezcan.
Sin embargo, en ésta ocasión de lo que se trataba era de arramblar como si de tropas militares fuésemos: entra al poblado, mata a los enemigos, saquea las casas y viola a las mujeres. Pero sin matar y violar. Una lástima, ya que habría implicado la posibilidad de tener sexo, algo que hace tanto tiempo que dejé de practicar, y no por voluntad propia, que hasta se me ha olvidado cómo se hace.
De todas maneras, siendo el raiñeo mi segunda naturaleza, conservé la cabeza fría: solo fui a por lo que realmente necesitaba. De modo que me lancé a por cajas de CDs y carpetas. Montones de cajas de CDs y carpetas.
Mis compañeros, sin embargo, se lanzaron a una orgía frenética de, ya no saqueo, sino exfoliación de la estanterías. Se lanzaban como macacos contra los estantes, arrancando páginas de trabajos ajenos, lanzando a diestro y siniestro todo aquellos que consideraban inútil a sus propósitos. El resultado fueron montones de trabajos desaparecidos y una cantidad igual o superior de trabajos arrasados, de algunos apenas quedaba nada más allá de las cubiertas.
Hasta aquí todo bien. A fin de cuentas, iban a tirarlo todo a la basura.
Pues bien, hace unos días me encontré con mi colega Víctor, quien cursa los mismos estudios que yo, pero en el grupo vespertino, de la tarde para los menos doctos. La conversación que tuvimos constó de pocas frases, pero fueron de lo más reveladoras.
Él me dijo: "¿Has oído lo de los hijos de puta de Análisis?", evidentemente, me olía algo chungo, pero necesitaba confirmar mis absurdas paranoias, de modo que él continuó: "Han entrado unos hijos de puta a clase de Análisis y se lo han cargado todo, los están buscando todavía."
Toma liada de tres pares de cojones. Pues resulta que en una de las estanterías estaban los trabajos finales de todos los grupos de primero, excepto de aquellos que todavía no lo habían entregado, claro está. Trabajos desaparecidos o descuajeringados en los que los alumnos se jugaban la nota final del curso.
Y vosotros os preguntaréis por qué digo que soy inocente, si he reconocido que me llevé ciertas cosas.
Y es que yo cogí cosas de la otra estantería, de la estantería de los trabajos viejos, de hacía uno o dos años. Pero persiguen a mi clase entera.
Puede que ésta sea mi última entrada en el blog. Puede que mañana me saquen de la cama a media noche y me metan una bala en la nuca. O puede que pasen varios años y, en un callejón oscuro, alguien me abra la crisma y se de a la fuga.
Nuestro profesora, la que nos autorizó a saquear la clase, todavía no ha dicho nada al respecto.